EL DIARIO DE CARLA DIORO – CAPITULO 7
27 marzo
Sin saber por qué, aquella mañana
se levantó inquieta. Quizás por los sueños de aquella noche sobre su infancia
junto a sus padres. O quizás porque ya le pesaba la soledad. Por lo que fuere,
aquella mañana Carla despertó antes de sonar el despertador. Aun no asomaba el
primer rayo de sol y ya comenzó su día. Un día como otro cualquiera, que
transcurrió en la más absoluta normalidad.
Viernes, 27 de marzo
de 2020
Querida Ana,
La verdad es que hay días que
no encuentro que contarte. A ti, sin embargo, se te ocurrirán mil preguntas por
hacerme. Después de las clases me encontraba más activa que los últimos días,
así que he decidido, aprovechando la racha soleada, arreglar la pequeña terraza
y cuidar las plantas.
Nunca he sentido una gran afición
por la jardinería, todo sea dicho. A mi yaya Amelia le gustaban mucho las
plantas y disfrutaba pasando horas en su gigantesco jardín. A mi siempre me ha
parecido un hobbie aburrido al que, ahora, parece que le estoy encontrando el
gusto. La casa en la que vivo, alquilada, venía con un pack de plantas a las
que hay que cuidar. Mi casero me dijo que si no las quería se las llevaba sin
ningún problema. Pensé que sería un modo de distracción ahora que viviría sola,
aunque sí me preocupaba que a Gollum le diera por entretenerse con ellas. Nada más
lejos de la realidad. Afortunadamente, son en su mayoría cactus. Digo afortunadamente,
porque de no ser así, con mi poca experiencia, ya estarían todas muertas.
Pensando en eso, he
descubierto otras aficiones que ahora tengo y que antes me parecían absurdas. O
comidas que antes odiaba y ahora me gustan. Si mi madre supiera que ahora me
encanta el arroz con verduras se volvería loca. Pero es que a doña Melisa, mi
vecina, le sale muy rico. Hay veces que me pregunto si realmente no me gustaba
el arroz con verduras o simplemente era por llevarle la contraria a mis padres.
Porque hemos de reconocer, estarás de acuerdo conmigo, de que muchas cosas que
hacemos son en su mayoría por llevarles la contraria. Cuando somos más jóvenes
somos incapaces de practicar empatía con nuestros propios padres, aunque si la
practicamos con el resto del mundo. Qué curioso, ¿no te parece? Cuántas cosas
dejamos de valorar por culpa de la inmadurez.
Hasta mañana,
Carla Dioro.
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